Reinhard Kleist (1970, Hürth, Alemania) se embarca en el rescate de otro bardo maldito de la música popular, recordemos que en Johnny Cash I see a Darkness, plasmó parte de la obra del famoso cantautor de Arkansas. En esta ocasión Nick Cave es objeto de un curioso artilugio situado a medio camino entre la biografía y la traslación gráfica de algunas de las composiciones más conocidas del australiano.

Esta suerte de compendio del universo del cantante de Warracknabeal se articula a través de cinco capítulos rubricados cada uno de ellos con el título de algunas de sus más conocidas canciones. Kleist traza así el mapa de las obsesiones “nickcavianas”, cada una de ellas invocada por uno de los personajes de su obra: desde el chico que abandona su hogar y es tiroteado (The Hammer Song), al condenado a muerte de Mercy Seat o su viaje en coche junto al fantasma de Robert Johnson hacia el acelerador de partículas de Ginebra (Higgs Boson Blues).
La plasmación del curioso imaginario del cantante permite a Kleist rememorar el contexto biográfico en el que aparecieron cada una de estas poderosas figuraciones e imágenes del -digamos- evangelio según Cave. Desde su años de visceral gamberrismo punk en los seminales The Boys Next Door en su Australia natal, hasta el encierro y el ostracismo durante sus años en Berlín que sirvieron para el doloroso parto de su primera novela: Y el asno vio al ángel (Pre-textos, 1991) pasando por su primera experiencia británica, hasta llegar casi a la actualidad, obviando el nefasto capítulo de la muerte accidental de su hijo hace unos años.
Una pirueta narrativa acertada, alejada del tópico y del discurso formal de las biografías al uso.

Reinhard Kleist consigue que la obsesión creativa de Nick Cave llegue perfectamente al lector, envuelto en este torrente que va de la deriva existencial, al exceso autodestructivo o la lucidez. En ese punto Mercy On Me puede incluso recordar al Fellini de 8 ½ y aquellos desfiles de personajes y fijaciones que asediaban al director italiano.



El resultado final destaca más por su vertiente formal que por el contenido, quizás demasiado lastrado por la redundancia de los clichés que suelen acompañar a la biografía de cualquier cantautor y que, pese al esfuerzo, no se han sabido sortear del todo. 
El dibujo de Kleist se deja llevar por el tono visceral de la lírica de Nick Cave y es fiel reflejo de su desaguisado pero contundente y punzante discurso. Mención aparte merece la extraordinaria representación de la efigie y de la apariencia de Cave en todas sus facetas o mutaciones: desde el tupe de altos vuelos con greña de la época de Birthday Party hasta su peculiar look actual de frente despejada con una tímida melena. La evocación gestual escénica es otro de las genialidades del dibujo; quienes hayan asistido a alguno de los conciertos del australiano pueden dar fé de la excelente representación que hace Kleist.



Estamos ante una de las aproximaciones más peculiares que se han hecho hacia la figura y la obra de un cantante que ha hecho de cierta aura de malditismo su carta de presentación. Pensada, a priori, más para sus devotos que para los neófitos en la materia: Si bien el alud de alusiones a la lírica de Cave puede, en principio, abrumar también puede servir al mismo tiempo de puerta de entrada para los advenedizos o curiosos, amen del excelente índice de referencias discográficas con la que se completa el volumen.