Miguel B. Núñez (Madrid, 1970) dedica su último cómic, Catalina y la isla del cíclope, a su hijo Jonás, al que agradece que no le deje crecer nunca. La relación de Núñez con su hijo recorre buena parte del segundo de sus cuadernos de bitácora que publicó con Libros de Autoengaño en 2015. En una de las páginas del cómic se pregunta hasta qué punto su hijo ha cubierto el espacio que podría ocupar en su vida una relación de pareja, algo que no le apetece en ese momento en absoluto. Epata la capacidad del madrileño para sincerarse ante el lector, con naturalidad y sin dobleces. La franqueza es una de las claves en los tebeos de Núñez, también en sus cómics dirigidos a un público infantil, como el que nos ocupa.
Desde el inicio de su carrera, el fundador de Recto, junto a Paco Alcázar y Miguel Brieva, ha compaginado en su mesa de trabajo historietas adultas e infantiles. Así es como El último hombre, Stroszek, Interferencias, Muertemanía, El corazón de los árboles, Los caballos, King Egg o los dos volúmenes de Heavy, se han alternado con series e ilustraciones para revistas como Tupataleta (En Babia, 1995-2006), Circulando o ese álbum para Bang, El rey huevo (2011), en el que aparecen por primera vez la rata Catalina y el pollo René, protagonistas de este Catalina y la isla del cíclope.
En esta historia se nos cuenta cómo la niña rata y el pollito René van saltando de apuro en apuro, para acabar en una isla poblada por criaturas mitológicas con las que interaccionan con la curiosidad intacta, sin desidia ni desencanto. Como en El rey huevo, Núñez usa una rejilla clásica de seis viñetas por página que facilita la lectura, potencia el discurso cristalino y el espíritu intrépido de la aventura. No hay dobles lecturas, no son necesarias para atrapar al lector al que va dirigido el álbum, el mayor de seis años, que se inicia en la lectura en solitario -no es baladí esa rotulación en mayúsculas-, aprecia el sentido de la maravilla y el disparate consecutivo.
Ayuda el trazo claro, nervudo y diáfano de Núñez, con un entintado un poco más grueso de lo acostumbrado, gran capacidad expresiva y gusto por el embrollo dinámico. Mención especial merece el meticuloso trabajo de color de Felipe H. Navarro (Madrid, 1971). Precisamente, Navarro acostumbra a compartir en redes sociales sus preferencias lectoras, en las que aparecen periódicamente los tebeos infantiles de un autor muy cercano en estilo y espíritu a los madrileños, el alemán Ulf K..
Catalina y la isla del cíclope, llega para ahondar y enriquecer el universo infantil creado en El rey huevo. Si en aquel primer álbum, el autor iluminaba sobre el saber convivir con las diferencias, en este segundo volumen expone sobre la capacidad para elegir y el derecho a equivocarse, al tiempo que ilustra sobre algunas de las criaturas de la mitología griega -geniales esos textos explicativos del final del libro-. Un disparate muy serio.