¡Vivan las vacas! reza el título de este cómic que firman Pascal Rabaté (Tours, 1961) y David Prudhomme (Tours, 1969), publicado por Barbara Fiore Editora en un elegante tomo en cartoné -una muy buena manera de iniciar su línea de novela gráfica-, después de la edición por parte de Futuropolis en 2015. Ambos autores acumulan una extensa carrera salpimentada con títulos realmente estimables – ese Rebétiko de Prudhomme o el Ibicus de Rabaté, ambos galardonados merecidamente en Angoulême y otros festivales, por ejemplo – y ya habían colaborado previamente en el excelente, La virgen de plástico (Norma, 2009), así como en los inéditos Jacques a dit (Éditions Charrette, 1999), Le jeu du foulard (Éditions Charrette, 2001) y la obra colectiva Rupestres! (Futuropolis, 2011).
La portada de este álbum, en la que predomina el azul del mar, nos deja bien claro donde pastan estas “vacas” de las que habla. Porque uno de los personajes principales de la historia es la playa. Esa playa que nos llama a hacer horas de atasco bajo el sol, a hacinarnos en espacios reducidos, pegados unos a los otros, dejando de lado el pudor y la vergüenza, para que un leve aumento de pigmentación nos reafirme como vencedores en la carrera de la vida, cumplido el objetivo de cada fin de semana de verano.

El texto captura con precisión esas situaciones cotidianas, esos personajes que nos son familiares, pero es el dibujo el que nos sitúa a pie de mar, nos hace sentir el sol en la piel, el fresquito del agua en los pies. Así, los personajes deambulan en el glorioso escenario cotidiano siendo personas reconocibles: las familias modestas que intentan gastar lo menos posible; los ricos que miran por encima del hombro, arrugando la nariz ante los domingueros; las amas de casa que olvidan su pudor y se muestran con la rotundidad de sus carnes al sol; los jubilados que esconden barriga al cruzarse con un conocido; los niños para los que la playa es un momento fijo en el tiempo y esperan encontrar hoy el muñeco que extraviaron la semana pasada.
Los autores muestran todos estos personajes con la mirada precisa de un caricaturista y, al mismo tiempo, un gran dominio de la anatomía que les permite ir de lo ridículo a lo sensual, de la pureza a la picardía. El cómic es una suerte de largo plano secuencia. Empieza con la llegada a la playa, termina con la partida y, en medio, acompaña caprichosamente a los personajes, como una mariposa que revolotea el escenario y se fija en un punto, poco después levanta el vuelo y se centra en otra cosa.
Prudhomme y Rabaté hacen un maravilloso retrato de esa inexplicable obsesión del hombre, o del hombre europeo, deberíamos decir, ya que en otras latitudes se rehuye el sol como el provocador de cáncer que es. La playa de este pequeño pueblo francés se convierte en todas las playas, los domingueros somos nosotros o nuestros vecinos, que fuimos en los SEAT de nuestros padres a la Costa Brava, pasando calor y llenos de arena a la vuelta.
¡Vivan las vacas! (Vive la marée! en el original) es un día de playa a disfrutar en cualquier época del año y es un certero retrato sociológico de una sociedad en decadencia. Y eso no tiene precio.