Y el color llegó al (sub)mundo de Charles Burns.

Si algo sorprende de buenas a primeras en ‘Tóxico’ es la luminosidad aparente que proporciona el uso del color en un autor acostumbrado a trabajar con el blanco y el negro. Subrayo lo de aparente porque bastan un par de viñetas para darse cuenta de que el viaje a través del agujero que nos ha preparado esta vez Burns está plagado de momentos perturbadores, malrollo, asfixia y otras lindezas típicas en el imaginario del autor de Washington D.C..
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En esta especie de Tintín postmoderno viajando a la país de la maravillas y contextualizado en la escena pseudo-artística neoyorkina de los 80 (la que vió nacer el Spoken Word y la que trasladó su epicentro al club CBGB), se dan cita el despiporre cromático de ‘El mago de Oz’ y aquello que Andrés Hispano bautizó como el ‘claro oscuro americano’ (para definir el universo del realizador David Lynch).
Tóxico es una travesía lisérgico-onírica protagonizada por jóvenes-adultos (Burns es un auténtico maestro a la hora de retratar el momento clerasil de la edad del pavo tardía, como ya demostró en ‘Agujero Negro’) cuya primera entrega no deja de saber a poco. A muy poco.
Este primer volumen, de lo que se supone será una serie, es básicamente un continuum de incógnitas, de momentos sorpresivos y sorprendentes. Apenas da tiempo para medio situarse en este extraño enclave a mitad de camino entre los parajes de Giorgio de Chirico, el William Burroughs de ‘El Almuerzo Desnudo’ y ‘La Estrella Misteriosa’ de Tintín.
Como ven la cosa promete.