El recorrido editorial de Peter Hipnos en España ha sido, cuanto menos, accidentado. Presentado puntualmente y en exclusiva en el segundo número de la revista Spirit (mayo de 1975) de la editorial Garbo, adelantándose incluso a su debut en el mercado estadounidense para el cual había sido concebido, este conjunto de historietas breves no ha sido nunca recopilado íntegramente en nuestro país, ni siquiera en la presente edición de Trilita, al parecer, por expreso deseo del propio autor.
La serie, compuesta en total por siete relatos de extensión variable, de los que aquí –como ya se ha dicho- solo hemos conocido cinco, supuso en su momento la consolidación definitiva de Josep Maria Beá (Barcelona, 1942) como autor completo. Ligado profesionalmente por entonces a la agencia Selecciones Ilustradas, fue de los primeros dibujantes españoles de cuantos publicaban en las revistas de la factoría Warren en poder ilustrar sus propios guiones. Una experiencia que con el tiempo le ayudaría a convertirse en uno de los grandes referentes de las futuras publicaciones del sello Toutain.
Aunque lejos de la excelencia de sus obras posteriores, mucho más logradas, algunas de ellas reeditadas recientemente también por la propia Trilita (Historias de taberna galáctica, La muralla) o por Astiberri (Siete vidas), Peter Hipnos mantiene su solvencia, acreditada principalmente por la arriesgada utilización del collage y la atrevida puesta en escena. Según ha recordado Beá en más de una ocasión, la (pen)última para la web Zona Negativa, durante aquella etapa de su carrera había descubierto el trabajo de, entre otros artistas, Max Ernst y se empeñó en recrearlo en sus viñetas, mezclando sus dibujos con grabados e imágenes extraídas de la prensa británica del finales del siglo XIX, una técnica mixta que logra transmitir la sensación permanente de asombro y que al mismo tiempo lo dota de cierta atemporalidad. No hay más que fijarse en la sobresaliente cubierta, realizada exprofeso, para hacernos una idea de lo que, más o menos, vamos a encontrarnos en el interior.

Tras una breve introducción situada siempre en bucólicos paisajes, donde se aprecian todavía los ascendentes en el estilo de Beá, el desarrollo de la historia siempre es similar: Peter realiza algún hallazgo sorprendente –una planta extraña, un animal parlante, un agujero misterioso- que le empuja, le obliga o le invita a perderse por inhóspitos parajes surreales donde nada tiene sentido. Allí, el muchacho deberá auxiliar a alguien o salvarse a sí mismo antes de retornar a la seguridad del hogar materno. Se renuncia así a cualquier premisa argumental de peso para lanzarse al más increíble todavía.
Se habrán percatado, por lo tanto, de que Peter Hipnos pertenece a una conocida estirpe, la que va de Little Nemo a Philémon, pasando por el Dickie Dare (primer gran personaje de Milton Caniff), previo a la irrupción de Dynamite Dan en las tiras. Esto es, la de los cómics con héroe cercano a la adolescencia que plantean la fantasía como un escenario literalmente onírico, como un espacio desbordante que amplía sus fronteras con facilidad y que no puede ser limitado por la realidad más mundana. En manos de Beá, no obstante, ese contexto resulta mucho más amenazador y peligroso de lo habitual en estos casos, lo suficiente como para no desentonar con el resto de contenidos de Eerie, adonde iba destinado. Los retos a los que se enfrenta el pequeño protagonista son ciertamente más desconcertantes que los de los tebeos clásicos que hemos apuntado. Sus viajes al mundo de los sueños son siempre traumáticos y los retornos precipitados y abruptos. En este sentido, las reminiscencias de Lewis Carroll son inevitables, pero se quedan en la superficie, básicamente porque a Beá lo que le interesa es construir un escenario determinado más que confeccionar un relato lineal. Es el apartado gráfico lo que importa y no tanto lo que le pueda pasar al desdichado de Peter.