Al inicio del segundo capítulo de Pantera sorprendemos a Cristinita, la protagonista, leyendo con sumo interés Donde viven los monstruos. En ese conocido libro de Maurice Sendak se cuenta la historia de Max, un chaval bastante travieso que tras ser castigado por su madre decide huir, cruzando el mar, a un mundo imaginario en el que se convierte en el rey de las bestias más feroces. En aquella isla hace lo que le viene en gana, hasta que un buen día cae en la cuenta de cuanto echa de menos su casa y decide regresar. A Cristinita también le gustaría escaparse. Se ha quedado sin mascota y vive sola con su padre, un hombre taciturno y triste. Sin embargo, la niña consigue suplir las ausencias de otro modo. Ha hallado el consuelo mucho más cerca, en su propio dormitorio. Una noche aparece allí, de repente, un nuevo y misterioso amigo llegado directamente desde el exótico reino de Panterlandia, utilizando el último cajón de la cómoda como puerta de entrada. En ambas historias, pues, las respectivas habitaciones de Max y de Cristinita son casi los únicos escenarios en los que se desarrolla la acción. Pero mientras en el primer caso, la estancia se transforma por completo para que las paredes dejen sitio a una espesa jungla, la de ella permanece inalterada, o lo parece. Porque en realidad cuando la pequeña duerme las sombras toman el control y formas, figuras y entidades difíciles de definir se enseñorean, la oscurecen, la cambian, y ese espacio acogedor se convierte en un rincón desagradable e inhóspito.

Planteado casi totalmente desde un único punto de vista, el cómic de Brecht Evens (Hasselt, Bélgica, 1986) es al mismo tiempo deslumbrante y desconcertante. Visualmente supone una muestra excelente del uso de la secuenciación, con un encadenamiento, una sucesión rápida y regular de las viñetas sin marco, una tras otra, en ritmos de entre seis y doce por plancha. Una propuesta muy útil para desarrollar las conversaciones entre la niña y el visitante, que gana enteros gracias a la gestualidad y la habilidad transformadora de este último, una pantera ladina e imprevisible. Poco a poco, el felino, un actor de primera, un adulador con todas las letras, crea a su alrededor una atmósfera de escalofriante confianza, un falso clima de calma y tranquilidad. Dice lo que la pequeña quiere o necesita oír, convirtiéndose de ese modo en una especie de confesor, que busca romper los lazos de ella con el exterior, que busca aislarla. Es un personaje que parece desmembrarse en múltiples personalidades que luchan a su vez por imponerse entre sí. Alguien que nunca llega a mostrar claramente sus cartas y cuya polimórfica presencia hace crecer el tebeo página a página.

La opacidad de su carácter se contagia a la propia historia, que muestra asimismo dos caras, una mágica, maravillosa incluso, de ilusión y esperanza, y otra hipócrita, caótica, sucia

La opacidad de su carácter se contagia a la propia historia, que muestra asimismo dos caras, una mágica, maravillosa incluso, de ilusión y esperanza, y otra hipócrita, caótica, sucia. Para construir cada una de ellas Evens lleva a cabo un deslumbrante uso del color, de un repertorio inagotable de recursos lumínicos y tonales capaces de crear ambientes, de construir espacios: el jardín, la casa escheriana de escaleras imposibles, las calles por donde Cristinita vuelve del colegio. Especialmente llamativas son las ilustraciones de entrada y salida de cada capítulo o en determinadas escenas clave.

No es casualidad que el libro de Brecht Evens se nos presente en lo referente a sus dimensiones y formato precisamente como un álbum infantil ilustrado, mostrándose (otra vez) como lo que no es. Puede que de ese modo logre que el lector deje de lado cualquier prejuicio y baje sus defensas ante lo que entiende será una distracción inocente. Pero nada más lejos de la realidad. Este desconcertante relato sobre las apariencias tiene además consecuencias palpables. Tras su lectura lo que queda es un poso amargo, deja algo -a falta de encontrar una palabra más adecuada- en la boca del estómago que impide que se olvide con facilidad. Y deja también muchos más interrogantes que certezas. Como si fuera un huevo Kinder, Pantera esconde una sorpresa tras su apariencia colorista y brillante. La diferencia radica en que mientras los consumidores de ese dulce de chocolate esperan con ansia su contenido, los lectores del último trabajo de Evens no sabemos muy bien a qué atenernos y nos da miedo pensarlo.