“Cuando conocí a Alan Cope, contaba este sesenta y nueve años y yo treinta, no sabíamos entonces que solo disponíamos de cinco años para ser amigos, pero hicimos como si los supiéramos.”
Así arrancaba La Guerra de Alan I el primer volumen (de tres) que Emmanuel Guibert dedicó al rescate de la memoria de Alan Igram Cope. Una peculiar biografía -casi un homenaje- que a la postre viene ocupando casi la totalidad de la obra publicada de su autor. Los cinco años de amistad han dado lugar a cerca de dieciocho de trabajo, dedicados enteramente a rememorar la vivencias de este soldado norteamericano retirado en Francia y plasmados en cinco libros. Años dedicados, en definitiva, a recorrer la vida a través de sus ojos.

Según contaba en una entrevista Emmanuel Guibert la idea original de Martha y Alan nació hace quince años, es decir cuando se acababa de publicar el segundo tomo de La Guerra de Alan. El propio Alan llegó incluso a ver alguna de las planchas del primer proyecto. Pero la historia daba para pocas páginas, por eso Guibert pensó que para que el libro ganara peso y entidad como tal el planteamiento debía dar mucha importancia a la imagen. De visita a Taïwan descubrió la obra del artista chino Tang Yin, que le sirvió de inspiración formal para enfocar esta historia en la que recupera los recuerdos del primer amor de Alan.
En la obra de Tang Yin las imágenes están rodeadas de un marco, la plancha se sitúa en el centro y la caligrafía cambia de lugar en función del motivo retratado. En Martha y Alan reconocemos esos rasgos: el dibujo cobra el protagonismo no sólo por la extensión que le confiere la doble página, los márgenes  ayudan a subrallar su importancia, y sirven también para evitar que los dedos del lector “entren” o trasiten en la imagen. El color escogido para colorear el fondo de cada uno de los tres capítulos sirve para fijar su situación en el tiempo: un tono pajizo, cálido, para la infancia, gris para para la edad adulta y neutro (blanco) para la entrada a la vejez. El texto varía de posición y funciona casi como un pie de foto, un apunte sobre un recuerdo, sobre un lugar.

Scholar-hermits in the Autumn Mountains – Tang Yin

 
Acostumbrado a trabajar con papeles rhodoid  (papel transparente, similar al que se utilizaba en la animación tradicional) y con imágenes reales como punto de partida Martha y Alan incluye otra novedad técnica dentro del universo guibertiano; la incorporación del color. Todo un reto técnico dado que en este tipo de papel el pincel resbala con facilidad lo quel puede implicar repetir un dibujo entero si se produce algún desastre: “Me gusta obtener resultados más o menos parecidos con materiales y sensaciones distintas, la vida de Alan será al final, si lo consigo, una larga historia en la que todos los dibujos tendrán algo familiar y una cierta unidad, pese a haber cambiado de soporte y técnicas”.
La utilización de la imagen real es una constante en la obra de Guibert, la utiliza como punto de partida, pero en ningún caso como mero calco. De hecho introduce elementos nuevos o personajes a partir de esa fotografía, el ejemplo más claro sería fabuloso dibujo de la iglesia prebisterania de Pasadena que aparece en Martha y Alan: “cuando la fuí a visitar en 2004 decubrí en su lugar una iglesia moderna. Un terremoto la había destrozado en 1974, en cambio otras iglesias de época de los alrededores habían resistido al paso del tiempo, lo cual fue bastante frustrante. Me puse a buscar documentos de la época, pero ninguno coincidía con la época en la que trancsurre la historia, así que tomé las fotos antiguas que encontré y me dediqué a recrear el mobiliario urbano, los coches… en definitiva la vida alrededor de esa iglesia en 1935”
la iglesia prebisteriana de Pasadena en 1908

 
la iglesia prebisteriana de Pasadena en 1935 según Emmanuel Guibert

 
Esa fijación por tratar de recuperar un instante de una realidad concreta, es precisamente la motivación principal no ya de este si no de cada uno de los trabajos de Guibert para quién el trabajo de autor de cómics reside precisamente en esa tarea, la de evitar a toda costa la recreación y perseguir la presentación de la realidad: “mi trabajo consiste en situarme en el día, el lugar y la hora en la que la acción se desarrolla y en reportar una imagen de ese preciso instante”. El cómic a diferencia del cine no debe rememorar ni representar, debe presentar a secas. El lector se convierte en auténtico espectador de la realidad.
Hay varios momentos de este libro en el que el lector acaba deslumbrado por la belleza y la magnitud de las imágenes, la magdalena proustiana del soldado Alan que ha configurado Guibert está hecha a base de pellizcos paísajisticos, estampas que son casi instantáneas de la cotidianidad americana en la costa oeste de los años 30. Capaces de transmitir la atmósfera, el sentido y la sensibilidad. Aunque el más espectacular de ellos no destaque precisamente por la vistosidad gráfica pero si por el fogonazo que provoca y por su potencia visual; la imagen de una ventana con la que se cierra uno de los capítulos es quizás uno de los puntales del libro por la cantidad de emociones y sentimientos que puede sugerir al lector. Es una imagen que nos traslada directamente a la mirada de su protagonista y que por lo tanto tiene la capacidad y el poder de hacernos prácticamente sentir lo mismo que él.


Difícil de encorsetar dentro del cánon y situada al margen de los formalismos del género, esta historia, que elude también cualquier principio narrativo clásico, y que es capaz de trasladarnos a uno de los momentos cruciales en la vida de cualquier ser humano, no deja de recordarnos que la belleza de las cosas existe en la mayoria de los casos para aquellos que tienen la firme intención, el deseo y el tiempo de deternese a observarlas.
Todas las citas de Emmanuel Guibert fueron recopiladas por Franck Biancarelli en el nº16 de la  (ya desaparecida) revista Ka Boom