Lo mejor de 2018: Integrales y reediciones

El conjunto de ¡Universo! es de una solvencia apabullante, de la mejor ciencia ficción que se puede leer actualmente, recuperando el espíritu de sorpresa, de darle una vuelta más a lo impensable.
Temas profundos, pero tratados con un toque de costumbrismo que los reescala y los hace cercanos. Monteys transporta la esencia de la Ciencia Ficción clásica a su terreno. Y todo ello plagado de detalles; aparecen conceptos, apenas mencionados como subtramas, para dar ambiente al ¡Universo! que darían para muchas más historias si Monteys quisiera desarrollarlas un poco. Detalles que no solo están en lo argumental, en el dibujo hay cantidad de diseños de maquinaria futurista, de seres extraterrestres, de vestuario, de peinados.
Quizás estemos ante el mejor trabajo de Albert Monteys hasta la fecha, donde se unen toda su experiencia junto a la libertad y ganas de experimentar con historias de su gusto. Y así lo atestigua el éxito de público y crítica. ¡Universo! funciona en digital y también en esta indispensable edición en papel.

El señor Jean es un clásico de la BD, ganador del premio al mejor álbum en Angoulême en 1999, que aguanta bien el paso del tiempo, sin perder un ápice de interés. Tambień es el reflejo de un cambio de siglo que respiraba mayor optimismo y el de la propia evolución del medio, una de las obras capitales que llenaron el hueco entre el crack de las revistas de cómic y la llegada de la novela gráfica. Una tarea por la que Dupuy y Berberian recibieron el gran premio de Angoulême en 2008.
En definitiva, el señor Jean es un conjunto de historias sencillas, de costumbrismo con tono amable, muy bien contadas y dibujadas, que merecían un integral como este. Integral cuidado: La teoría de los solteros aparece en la versión en bitono que se hizo del álbum, hasta ahora inédita en nuestro país, e incluye, al final del libro, una buena cantidad de bocetos e ilustraciones inéditas, exclusivas para esta edición, gracias a la amistad del editor con los autores. El único pero que se le puede poner es el tamaño escogido, unos centímetros menor al tamaño de los álbumes originales, que a veces resiente la lectura y reduce un pelín demasiado un dibujo pensado para ser reproducido a mayor tamaño.

Si hay algún cómic que puede mirar de tú a tú a la seminal Blade Runner sin ningún tipo de rubor es este. Editada originalmente en 3 volúmenes (La feria de los inmortales(1980), La Mujer Trampa (1986) y Frío Ecuador (1992) ) a lo largo de 12 años por Enki Bilal (que firmaba así su primera obra en solitario)  y recopilada en este fastuoso integral, la Trilogía Nikopol es una de las obras capitales de la ciencia ficción, no ya del cómic si no en general. Visualmente impecable, esta genial fábula distópica destaca (por desgracia) por su potencia visionaria: un futuro en el que la tierra, gobernada por élites fascistas, da síntomas de agotamiento en recursos naturales y se ve sumida en el caos y la amenaza extraterrestre; encarnada aquí por unos imponentes dioses Egipcios. Imprescindible.

En Catarsis, se recopilan varias historias cortas, publicadas entre los años setenta y noventa, de Moto Hagio, una de las almas fundadoras de lo que se conoce como shōjo (categoría del manga que hace referencia al público femenino adolescente) y del shōnen-ai. Al margen de ser una pionera -debutó con 20 años en la exigente industria del cómic japonés- la obra de Hagio destaca por su capacidad para mezclar lo grotesco con lo poético: el duro relato de dos hermanas siamesas (Mitad, 1984)  que abre esta colección sería un claro ejemplo o La Niña Iguana (1991) una historia que nos habla del rechazo de una madre hacia su hija. Todo dentro de un universo fantástico enraizado sin embargo en el costumbrismo de época. Hagio da aquí una auténtica lección de lirismo y oscuridad para poner en solfa las luces y sombras que rodean a la condición humana.
 

El problema (es un decir, que no es para tanto) de escribir sobre una obra ya consagrada pero hoy reeditada es, a veces, el peso. Uno termina la lectura y siente que las palabras se le atragantan. ¿Podemos aportar algo de luz tras plumas tan significativas como, por seguir con el ejemplo entre paréntesis, Óscar Masotta? Pero es una falsa responsabilidad, ya que toda obra puede recibir el empuje de un nuevo estudio y la luz de una nueva mirada. Para el caso de la humilde reseña crítica, además, siempre tenemos una vía cuando la suerte es que dicha obra deslumbra al crítico: dejarse llevar por las chispitas que tililan ante la mirada tras la lectura en caliente. Contagiar la excitación ante lo leído.
Hermano menor (por volumen de hojas editado, nada más) de El Gato del rabino que realiza Joann Sfar como autor completo (Sfar, por supuesto, es también un enorme dibujante), este cómic protagonizado por un cuadrúpedo racional se beneficia además de un Blain a los lápices que está siempre soberbio y en el segundo tomo en un particular estado de gracia. Lástima que las aventuras de este cánido no fuesen continuadas. Da para muchos ladridos, más que estos tres que, no obstante, merece la pena atesorar como joya del cómic contemporáneo.
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La primera traducción castellana la publicó Norma en 2009, y ahora casi una década después Fulgencio Pimentel da a luz la que es sin duda la edición definitiva (contando con la aquiescencia y la colaboración del autor), una especialidad del sello riojano a la que nos estamos malacostumbrando. Las comparaciones entre ambas ediciones, además de odiosas son inevitables, básicamente porque aquí el tamaño sí importa. Norma llevó a cabo una extraña, y vista hoy, ridícula reducción de las dimensiones del libro publicado por Éditions de l’An2, medidas recuperadas ahora. Alrededor de 7 centímetros de ancho y casi de 5 de alto dan mucho de sí. Las viñetas presentan una elegante majestuosidad, más si cabe en aquellas planchas en las que entre unas pocas se reparten el espacio.
Schrauwen no busca ayuda en medios ajenos, opta por bucear en la propia historia de los cómics en busca de inspiración al tiempo que desvirtúa las herramientas lingüísticas de los mismos para hacerlas suyas: las elipsis, el único flashback o las inexistentes onomatopeyas, sustituidas por apuntes a pie de viñeta. Esa mecánica le permite operar con plena libertad, sin justificaciones ni excusas, directo al estómago desde el excelente e impagable prólogo.
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Visión quiere ser humano y para eso se construye una familia completa con mujer, hija, hijo y perro. Sin embargo, gracias a una voz en off constante y apocalíptica, los lectores somos conscientes de que esto no va a salir tan bien como a Visión le gustaría. Una etapa breve con toques de thriller y ciencia ficción en la que Tom King, Gabriel Hernandez Walta y Jodie Bellaire firman uno de sus mejores trabajos hasta la fecha.

The Private Eye. A principios de 2013, el guionista Brian K. Vaughan (Cleveland, 1976), el dibujante Marcos Martín (Barcelona, 1972) y la colorista Muntsa Vicente (Barcelona, 1972) sorprendieron con su propuesta por editar directamente sus cómics en formato digital mediante una página web en la que el lector pagaba lo que quisiera a los autores, sin distribuidores ni editoriales de por medio. Nacía Panel Syndicate, cuyo primer título fue The Private Eye, una serie limitada de ciencia ficción y ambientación noir, con una narrativa gráfica espléndida que se adapta de maravilla al formato pantalla. Estados Unidos, 2076, después de un fallo de seguridad en la nube, los secretos de toda la población salen a la luz pública. Como resultado, desaparece internet y toda la ciudadanía adopta identidades secretas. El protagonista es un paparazzi, un investigador privado fuera de la ley que rebusca lo que ya no se puede encontrar en la web. Acción a raudales y muy buenas ideas en estos 10 números que ha recopilado con mimo Gigamesh. Larga vida a Panel Syndicate.

Alexis Nolla rinde pleitesía, a su manera, a uno de los principales géneros de la ficción (o, si queremos, al género por antonomasia: el de aventuras). Lo hace, además, utilizando tres recetas diferentes, esto es, desde tres puntos de partida distantes. El resultado son tres cómics que, para más inri, ya habíamos leído por separado en sus correspondientes ediciones en grapa, pero que ahora recogidos en esta elegante recopilación de Apa-Apa adquieren un nuevo cariz, y no sólo por el coloreado de Sergi Puyol. Los capítulos se complementan entre sí perfectamente al constituir cada uno de ellos un sendero diferente para llegar a la X que marca el mapa. Bebiendo de fuentes aparentemente distantes, son etapas de una única empresa, o mejor, podríamos compararlos con los integrantes de un grupo de expedicionarios, de personalidades irreconciliables, pero que no dudan en salvarse la vida los unos a los otros por el bien de la misión y por esa camaradería que solo se alcanza tras superar las peores dificultades.

Una de las peculiaridades de Balas perdidas es el orden de lectura, con capítulos, en principio correlativos, pero que bailan cronológicamente adelante y atrás, resucitando personajes o utilizándolos como deshecho según convenga. De hecho, Lapham lleva casi un cuarto de siglo –incluyendo, claro, el paréntesis descrito- dibujando un violento mural de los Estados Unidos contemporáneos que abarca aproximadamente desde mediados de los setenta hasta las puertas del nuevo milenio. Un retrato social de larguísimo recorrido que pese a los altibajos (los escasos episodios de corte fantástico o los cercanos al onirismo son los más flojos) ha mantenido una tensión difícil sostener.
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Justo cuando las revistas desaparecieron, durante el primer quinquenio de los 90, la editorial La Cúpula adoptó el formato grapa y en su mítica colección Brut Comix sacó 13 números de Mundo Idiota de Peter Bagge (Peekskill, 1957), que recopilaba material publicado en la revista Neat Stuff (15 números, 1985-1989) e historietas cortas desperdigadas en especiales de Odio y en otras cabeceras. Mundo Idiota, junto a los seminales Odio y Buddy y los Bradley, marcó a fuego a toda una generación de autores y aficionados. Veinte años después, la editorial barcelonesa coge la edición integral y mamotreta de Fantagraphics, la divide en tres volúmenes y nos sirve de nuevo los excesos y chaladuras de Studs Kirby, Junior, Girly Girl y los Bradley, con todo lujo de detalles y algún inédito; dispuesta a volver a marcar a fuego a otra generación de lectores.

Tiempo que dura esta claridad es una colección de relatos de extensión variable, pertenecientes a otro tiempo (“Y ahora” –apunta Del Barrio- “el mundo ya no es su mundo”), que dejan más interrogantes que certezas. Pues más que contar una historia, más que explicar una sucesión de hechos, buscan provocar un efecto, una impresión. La base no la componen los sucesos sino los sentimientos, porque en esencia los guiones de Gálvez no parecen serlo, no siguen una pauta o una serie de directrices fijas, parecen más bien indicaciones, ideas surgidas a partir de un diálogo, de una conversación, de una emoción. Interpretadas a través de un dibujo elegante y estilizado, sencillo y moderno, profundamente evocador, basado en una realidad íntima plasmada con delicadeza o con furia según convenga. Historietas exigentes con el lector, al que le otorgan autonomía a la hora de descifrar al mismo tiempo que le imponen condiciones: la amplitud de las elipsis, los textos justos, los enigmas.

Coincidiendo con el 90 aniversario de su nacimiento, la editorial Planeta inauguraba en 2018 “la biblioteca definitiva” del maestro Osamu Tezuka, recuperando a través de copiosos volúmenes las historietas de sus personajes más conocidos personajes: La Princesa Caballero y Astroboy, amén de un volumen antológico (Antología Tezuka) donde rescataba parte de sus primeros trabajos. Cualquiera de esos trabajos merecería un lugar en este listado pero la recuperación de las aventuras de otro de sus personajes insignies, Black Jack, originalmente publicada aquí por Glénat, suposo uno de los acontecimientos editoriales para los devotos de una de las series más peculiares que ha dado el manga. Las hazañas de un joven cirujano que impone justicia mediante su bisturí en el oscuro universo del hampa nipona.