No aparece en el imprescindible Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (Daniel Defoe, 1724) ningún capitán o forajido que responda al nombre o mote de Guy. Sin embargo, el carpintero metido a corsario que protagoniza este cómic firmado a pachas por el belga Olivier Schrauwen (Brujas, 1977) y los franceses Florent Ruppert (1979) y Jérôme Mulot (1981) merecería un puesto de honor junto a los Henry Avery, Barbanegra, Jack Rackham, John Gow o William Kidd, que biografía el londinense en tan enciclopédico texto que marcó a escritores posteriores que abordaron también la piratería, como Robert Louis Stevenson, La isla del tesoro, o James Matthew Barrie, Peter Pan.
Las correrías de los saqueadores marinos sigue cautivando a jóvenes lectores que caen rendidos aún hoy ante la potente y terrorífica imagen de la Jolly Roger. En la tradición franco-belga son numerosos los ejemplos de buenas historias de piratas, desde el Barbarroja de Victor Hubinon y Jean-Michel Charlier, la caricatura del personaje de Hubinon y Charlier que hicieron René Goscinny y Albert Uderzo en los álbumes de Astérix, la creación propia del dúo, Juan Pistola, hasta el soberbio Isaac el Pirata de Christophe Blain o el Capitán Escarlata de Emmanuel Guibert y David B.

Sin embargo, el viaje del ebanista beodo Guy alude más al fatal destino del clochard Andreas Kartak y del comerciante Erwin Sommer que al zascandileo de cualquier bucanero cómodamente instalado en la anárquica Libertalia. Ya la gravedad del título lleva a engaños y se destapa como el primer golpe maestro del trío autoral. No encontraréis en las casi doscientas páginas del libro ningún discurso ético o decente. Tanto Schrauwen como Ruppert y Mulot están bregados en la brutalidad, la violencia, lo grotesco, lo orgiástico y lo amoral y, por este motivo, no se hace extraño que se saquen del tablero de dibujo un artefacto de este calibre. En plena edad de oro de la piratería, Guy es un carpintero beodo y cobarde, más malo que Barrabás, que procura salvar el pellejo a base de navajazos rastreros entre borrachera y borrachera. Desgraciados los que tienen la mala suerte de cruzarse en su camino, pues todos acaban entre bastidores, en el limbo, para comentar, alimentar su deseo de venganza y redondear esta representación bufa y desvergonzada.
Si la historia se las trae, gráficamente la cosa se va de madre. El cómic tiene secuencias memorables: el abordaje pirata, la amputación encolomada al aprendiz, el saqueo del palacio oriental, la borrachera en pleno temporal o el episodio de delirium tremens abstemio. Ruppert y Mulot son conocidos por sus experimentaciones atrevidas en álbumes que aún permanecen inéditos en nuestro país, y Schrauwen, no se queda a la zaga y es, ahora mismo, uno de los máximos exponentes de la vanguardia de la historieta. El resultado es increíble. Siempre al servicio de la narración, los autores son capaces de usar a placer la estructura clásica de la página para crear composiciones en las que se dan la mano el estilo holgado y espontáneo del patriarca de la cosa, el suizo Rodolphe Töpffer, con la ruptura repentina del ritmo narrativo más novedosa. Excelente el trabajo de color y la traducción de Regina López Muñoz, esos cánticos absurdos e idiotas son sensacionales. La edición de Fulgencio Pimentel es soberbia como acostumbra. Cierta crítica ha considerado este cómic un trabajo menor en las carreras del trío. Ya quisieran muchos que todo lo que se publica, tuviera este nivel.