Un año después de Heavy 1986, la editorial Sapristi publica Heavy, los chicos están mal. Los personajes de Miguel B. Núñez (Madrid, 1970) siguen con su música e insisten en identificarse con aquello que realmente les conmueve. Spectrums que tardan una eternidad en cargar los videojuegos, trabajos sin futuro, bandas juveniles y violencia. También bastante cerveza y muchísima música. Nos gusta tanto la manera como Miguel nos habla de los ochenta y de su educación sentimental que hemos querido hablar con él un rato.
-¡Hey, ho! Perdón por la broma, es que no sé cómo se saludan los heavys. Porque ¿tú eres heavy?
Todos éramos pibes y pibas entonces. O troncos y troncas y colegas. Así que con un “¿qué pasa, pibe?” nos metemos de lleno en faena. Yo soy rockero. Es lo que siempre he sido desde la primera vez que escuché rock en una radio siendo aún un niño. Y el heavy es una parte muy importante del rock y de mi vida. Me enganchó esa manera directa de conectar con los que crecíamos en la periferia de una gran ciudad, de mediados de los setenta a finales de los ochenta que es lo que me tocó vivir y de lo que puedo hablar. Me metí de lleno en el rock duro cuando descubrí a Barón Rojo. Luego alguien me grabó en cinta el directo de Leño del 81, con coros de Luz Casal, su primer disco salió un año después y me hice muy fan suyo también. Antes de irse alejando del rock. La cosa es que escuchaba ese disco una y mil veces. Me sigue pareciendo una maravilla. Rosendo cantaba “puede salir el sol” y de alguna manera, te aliviaba de un presente oscuro y un futuro incierto. También sentías eso cuando escuchabas “Al rojo vivo” de Barón Rojo, otro directo imprescindible en mi educación músical y emocional. Como ser heavy, para mí, es parte de ser rockero, soy heavy también.
– En los dos volúmenes de Heavy hablas de tu niñez, de tu adolescencia, de descubrimientos y de la construcción de tu imaginario sentimental. ¿Cuánto hay de ti en los personajes?
Muchas cosas que suceden en los dos libros son iguales, o muy parecidas, a las que yo viví. Y la forma como se enfrentan a ellas algunos de los personajes es la misma con la que yo me enfrentaba entonces a todo aquello. En particular Suso y Adela son los más miguelianos. Yo era un adolescente tranquilo pero harto de tanta presión. Los estudios me empezaron a ir fatal, la situación en casa era muy tensa y yo, que ya no era un niño, me cansé de todo aquello. No descubro nada, pero hay que pensar que además la mayoría de nuestros padres y madres no estaban acostumbrados a esta nueva juventud con chicos que querían llevar el pelo largo y pantalones estrechos, y chicas que iban con muñequeras de pinchos. Aunque fue un choque, no era algo nuevo, solo una evolución de la juventud de finales de los 70, convertido ya en algo más masivo.

– En este segundo libro retratas a las bandas juveniles de los ochenta y los noventa. Heavys, mods, punks, rockers… ¿Qué sabes de las bandas juveniles de ahora?

Nada. La verdad es que los adolescentes que conozco son jevis o escuchan hip hop, pero no conozco nada de las nuevas bandas. Veo mucho revival de aquellos viejos estilos pero supongo que hay otras cosas nuevas de las que no me entero. Conozco Góticos y Emos, pero me temo que no son novedad.
– ¿Y de su música? ¿Qué me dices? Si te digo “Trap”, asientes o niegas?
Me quedo igual. No tengo ni idea de qué es Trap. Si me costó meses enterarme de lo que era un hipster. Vivo bastante apartado de algunas cosas. Internet lo uso pero me satura bastante y me cuesta mucho leer en el ordenador. Sigo algunos grupos jóvenes, pero hacen heavy de la vieja escuela. Veo mucha gente joven haciendo música de todo tipo, eso sí.
– A diferencia del primer volumen, en este segundo abordas frontalmente el tema de la violencia entre bandas. Háblame de cómo condicionó tu juventud.

Al principio, sobre todo, me hacía buscar a los míos, para no tener movidas. Durante un tiempo llevé navaja, solo de puro miedo. Pero no por las bandas. Lo que me asustaban eran los yonkis que te robaban, y los quinquis. Me metí a hacer Kung Fu, supongo que por Karate Kid, los tebeos de Shang Chi o Puño de Hierro y las películas de Bruce Lee. Podías meterte en el cine y verte sesiones dobles con pelis de artes marciales. Pero me largué del gimnasio porque muchos chicos solo querían aprender artes marciales para meterse en broncas, y el ambiente era muy competitivo. Solo los alumnos más veteranos se lo tomaban en serio. A mí me atraía el lado místico del asunto, y me temo que con eso no ibas a ningún lado. Pronto me hice amigos punks, como un chico con el que me saltaba clases para hablar de Rosendo y GBH.

El heavy es una parte muy importante del rock y de mi vida. Me enganchó esa manera directa de conectar con los que crecíamos en la periferia de una gran ciudad

A los 17 todo cambió cuando me metí en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios de la Calle de La Palma, en pleno Malasaña, en Madrid. Me había tenido que escapar de casa para conseguir que me dejaran ir a una escuela de arte. Pensaba que mi padre me mataría al volver a casa, pero curiosamente esa vez fue más blando que nunca. Creo que realmente se asustó. Allí conocí siniestros, cabezas rapadas, rockabillies y demás. Me llevaba bien con todo tipo de gente, pero de todas formas había sitios que esquivaba, como la plaza de los Cubos donde empezaban a hacerse fuertes los cabezas rapadas nazis y tampoco era muy fan de los bajos de Argüelles. Cuando empecé a salir por Chueca a finales de los 80 -y que nadie piense en el Chueca de ahora, entonces era territorio comanche-  sí viví peleas entre punks y mods o skinheads, la cosa estaba un poco mezclada, la verdad. Odiaba toda aquella mierda. Lo curioso es que al final con quien yo tuve peleas fue con los pijos. Poca cosa, porque aprendí a tiempo a esquivar los conflictos con ellos, y además, me llevaba bien con algunos. A veces no eran las bandas las que se zurraban.
Tiempo después de desaparecer la banda de Los Franceses, unos rockers que te hacían mearte encima de miedo, ibas a algún bar de aquella Malasaña de entonces, y se liaba una bronca a botellazos, como las que me tocó vivir más de una vez.
Creo que todo eso fue desapareciendo según pasaban los noventas. Quizá al final solo se tratara de una moda, o una reacción a una época. Como decían La Banda Trapera del Río “nosotros somos los gamberros, por tratarnos siempre como a perros”. Mucha gente estaba jodida, venían de ambientes de mierda, no había casi trabajo o el que había era un asco que te dejaba aún peor de lo tuyo, y la frustración salía por ahí. Y luego estaban los que simplemente se refugiaban en una banda para tener una excusa para dar mamporros, pero lo mismo les hubiera dado ser rockers que punks, me temo.

– Volvamos a tu trabajo. ¿Cuál es tu rutina de trabajo? ¿Con qué dibujas?
Me pongo música, eso no falta nunca. Stephen King cuenta que se pone rock duro para escribir. Personalmente necesito variar. Además, dependiendo de lo que quiera dibujar me pongo un disco u otro. Luego me preparo el desayuno y los papeles, el lápiz y los rotuladores. Ese es el material que uso. Después escaneo el dibujo y en el ordenador meto el color con el photoshop. Sigo sin ser capaz de interesarme por lo del dibujo digital. Alguna vez he hecho algún trabajo directamente en el photoshop. Una locura, lo sé, aunque quedé contento pero era un tipo de dibujo muy diferente al que hago a lápiz. Me gusta dibujar en un papel. El segundo tomo de Heavy está dibujado en un cuaderno directamente.

– Un autor fetiche y un descubrimiento reciente.
Si me tengo que quedar con uno, sería Max. Siempre ha sido como una guía básica de lo que debe ser un autor de tebeos. Nunca se conforma con lo que consigue. Es un culo inquieto, y en eso me siento identificado con él. Además fue quién me abrió más puertas gracias a su apoyo. Además su dibujo, toda esa escuela de la línea clara, me abrió un camino en un momento dado, que ya no he abandonado.
Descubrimientos recientes diría que Flavita Banana. No es cómic pero es lo que más me ha llamado la atención. Nunca he sido muy de humor gráfico, con contadas excepciones como Coll, aunque él solía desarrollar sus ideas en formato de tebeo. Me gustan sus dibujos, y que te deja incómodo de cojones. No se trata de estar de su lado o de no estarlo, como pasa con tanto humor gráfico.
 
– Polémica machista en Ficómic, autores españoles en los Eisner, nuevas editoriales y consolidación de festivales de autoedición… ¿Cómo ves “la industria” española del cómic?
Pues de todo esto me entero muy de pasada y a veces ni eso. Hay demasiada información nueva cada día. Además hace muchos años que dejé de ser un lector compulsivo de cómics y nunca he sido muy fan de ferias ni salones. Si puedo, compro el material de autores con los que coincido firmando, porque de otra manera ni me entero de sus novedades. Sí veo mucho movimiento y mejor organizado, y eso es bueno. Conozco gente que no ha cumplido los 30 y ya ha publicado una novela gráfica. Lo de la tapa dura yo lo recuerdo como algo excepcional para autores tan jóvenes, como fue el caso de María Colino con su Heptameron a finales de los noventa. Ahora hay una legión de gente que dibuja. Se nota más la competencia, eso sí. Yo la he notado intentado encontrar quien publicara mis Heavy. En este oficio, llevar 18 años publicando cómics no significa que lo tengas mucho más fácil que alguien que empieza. Entonces había mucho público para cómics comerciales pero apenas para lo que se llamó alternativo o independiente. Eso ha crecido enormemente. Recuerdo coincidir con Miguel Ángel Martín y Sandra Uve en una feria de fanzines en Terrasa, quizá fuera finales de los noventa o recién entrado el 2000. Estábamos en la calle con todas aquellos fanzines de gore, cine porno, cómics violentos, y la gente pasaba y miraba, pero no eran precisamente lectores de semejante material. Al final nos comprábamos unos a otros. El cómic fue dejando de ser marginal en buena parte, creo yo, gracias al super éxito del Ghost World de Daniel Clowes y del Persépolis de Marjane Satrapi, entre otros. Porque en menor medida teníamos el Odio de Peter Bagge y cosas así. Apareció un nuevo público, que estaba preparado para lo que veía y que en buena parte, además de consumir ese material, lo creaba.