El inicio de El jugador de ajedrez es toda una declaración de intenciones respecto al protagonismo y la fuerza que el aspecto visual tendrá en este tebeo, basado libremente en la obra Novela de ajedrez (1940), del novelista austríaco Stefan Zweig: una panorámica del barco donde transcurrirá parte de la historia y una escena frontal de los pasajeros que suben al mismo o han acudido a despedir al muelle a algún ser querido, ambos sin diálogos. Y es que la narración avanza en este relato cinematográficamente, con primeros planos en los momentos de tensión de los personajes, abundantes contraplanos, panorámicas e incluso travellings que impulsan la historia visualmente hacia adelante, sumando con ello un número considerable de viñetas sin diálogo, como una interminable partida de ajedrez.

En la primera página, un único texto comprende un lugar, una fecha y un propósito: “Nueva York, 1941, Embarque a Buenos Aires”. Desde el inicio, todo transcurre lentamente, con personajes que observan y hablan, aislados del mundo, listos para iniciar rumbo hacia alta mar.
No tarda en aparecer en escena un personaje, sobre el que, aparentemente, recae toda la atención y el cual, pensamos, será el centro de la historia: Mirko Czentovic, campeón del mundo de ajedrez, “un pobre imbécil de enorme incultura”, según otro de los dos personajes.
Es en este momento donde la placidez que nos ha acompañado al deslizarnos por el trazo y la acuarelas de suaves tonos azulados y morados de David Sala (Décines, Francia, 1973) se nos arrebata, y el esteticismo visual se derrumba con esa frase, lanzándonos fuera del vaporoso, envolvente y esteticista dibujo. Y es entonces cuando intuimos que, a pesar de las apariencias, este tebeo de delicado trazo precisamente no va a discurrir por sendas dulces y agradables.
El personaje encargado de presentarnos a Czentovic nos explica rápidamente sus humildes orígenes y azarosa vida. El lector solo necesitará un par de páginas para saberlo todo sobre este personaje, librándolo así el autor de un inútil gasto de energía, ya que no es Czentovic quien nos debe interesar sino el misterioso jugador de ajedrez que, en breve, efectuará su aparición, tan pronto como las diferentes jugadas de ajedrez nos lo vayan aproximando poco a poco, ya este será el verdadero protagonista de esta historia: el Señor B, que pone en un aprieto a Czentovic con una jugada falsa sobre el tablero.
Al poco, el Señor B comienza a explicar su propia historia, que no es otra que la de la vieja Europa entre guerras, la ascensión del nazismo y las torturas llevadas a cabo por sus secuaces. Así, David Sala nos desubica del barco en el que hasta entonces nos encontrábamos viajando y nos traslada a la Viena de 1930, que también se revela como el escenario real de esta historia, el que alberga los crímenes y las torturas nazis que Stefan Zweig denuncia en su novela, antes de suicidarse en Brasil en 1942.
Y es este el meollo del tebeo, el que nos ha llegado envuelto en forma de píldora del recuerdo narrado por el misterioso jugador de ajedrez. En unas declaraciones recientes, David Sala comentaba: “Se trata de un texto que resuena en el contexto político actual por el tema del triunfo de la barbarie y de la brutalidad frente a la cultura, el humanismo y la imaginación. Aun estando lejos de lo que ocurría en 1930, vemos resurgir una atmósfera particular que desgraciadamente recuerda las ideas inquietantes y nauseabundas de aquel periodo”.

El trabajo de ilustración realizado en este tebeo por David Sala es espectacular. En él, algunos escenarios, sobre todo los interiores de los salones del barco y de los apartamentos cuya acción transcurre en Viena, así como las telas de los vestidos de las mujeres, parecen fragmentos de cuadros de artistas modernistas como Gustav Klimt o Koloman Moser. Con ello, David Sala logra que su apuesta por la importancia visual tenga sentido y compense los momentos de ausencia de texto o diálogo, logrando que el lector permanezca en la recreación de la atmósfera de aquella Viena de la década de 1930 en todo momento.
Resulta difícil encontrarle un pero a este El jugador de ajedrez que, además, al final incluye algunas páginas de estudios y bocetos que permiten apreciar el detalle de los dibujos de David Sala.