Probablemente sea este el trabajo más conciso y demoledor de Paco Roca: aquí están todos los lugares comunes de su obra sintetizados de forma magistral conducidos bajo el puño firme de la experiencia en primera persona.
La muerte del padre induce a los miembros de una familia a reunirse bajo el techo de la casa que compartieron durante los veranos de infancia. Memoria viva y herencia material del padre ausente la casa se convierte en la metáfora perfecta de la entidad familiar. Cada uno de los hijos percibe su experiencia y su relación con la casa de forma singular y cada uno de ellos actúa de forma distinta; ya sea para arreglar los desperfectos que han ocasionado la dejadez y el abandono o ya sea para limpiar las hojas secas, podar las ramas o plantar nuevos frutos.
Todo este juego metafórico que explicado así podría parecer un recurso fácil (sobre todo para la evocación del tema familiar) discurre con una fabulosa naturalidad y sencillez. El trabajo con el color, las luces y los juegos de sombra junto con las viñetas puramente descriptivas del entorno tienen la misma relevancia y peso que los diálogos entre los personajes a la hora de imbuir al lector.
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Paco Roca ha conseguido, mediante la narración de cómo aceptan los miembros de una determinada familia la pérdida del patriarca, realizar un trabajo de impacto emocional y proporciones universales; el más difícil todavía que puede plantearse cualquier autor precedido por una notable trayectoria como la suya saldado de forma magistral.
Y es que probablemente la mejor manera de abordar temas de ámbito metafísico (el paso del tiempo, la muerte o las relaciones fraternales) es mediante la más común y vulgar de las experiencias, pero quizás la dificultad resida justamente en hacer que éstas resulten verosímiles.