La adolescencia no sólo es una etapa de confusión. Son unos años en que uno se descubre en mil y una cosas. Busca parapetos para esconder sus sentimientos sin dejar de expresarlos y mira perplejo cómo incluso lo que siempre estuvo allí cambia. Para mejor y para peor. Visto con distancia, es fácil acabar haciendo una revisión en clave de drama o de comedia, con o sin nostalgia, con o sin mito. Eso es lo que hace distinta “Nunca me has gustado” de cualquier otra historia sobre la adolescencia: Es un verdadero prodigio de sutileza narrativa.
No es la primera historieta autobiográfica que le leemos a Chester Brown (antes estuvo la también magnífica “El Playboy”, editada por la Cúpula hace unos años), pero hacia mucho que algo así no me impresionaba tanto.

Publicado por entregas entre 1991 y 1993 en su propio fanzine (de cuyas paginas también saldrían “Ed el payaso feliz” o el citado “El Playboy”), “Nunca me has gustado” empieza contando en una sencilla historia de apenas cinco páginas el porque de su fijación por no decir palabrotas: Su vecina Connie pica a la puerta para ir juntos a la escuela. “Tardo una mierda”, dice él. Un momento más tarde, su madre entra en cólera por haber dicho semejante palabra. Chester cruza la puerta silencioso. Allí le espera Connie. “Mi madre dice que sólo la gente vulgar e ignorante utiliza palabras como ésa”, le dice ella. Y los dos siguen caminando en silencio. A partir de allí, va contando su historia con un sentido del ritmo estremecedor, con el número de viñetas cambiando en cada página, a veces sólo una, dejando espacios en blanco alrededor, silencios llenos de significado acabando o empezando cada una de las piezas que forman el puzzle de lo que quiere contar: La confusión, el descubrimiento, los parapetos, la perplejidad, los cambios, pero también el amor, las hormonas, la familia, la culpa,… Una obra maestra.