El shôgi es un juego de estrategia japonés con el mismo origen que el ajedrez por lo que comparten reglas, piezas y movimientos. Es un elemento cultural importantísimo en Japón y por lo tanto ha acabado permeando en la cultura popular, por ejemplo, en la saga de videojuegos Yakuza podemos jugarlo como objetivo opcional y en Persona 5 uno de los personajes relevantes es una jugadora profesional. Por supuesto lo encontramos también en el manga (Naruto) y en el título del que voy a hablar, El león de marzo.

Rei Kiriyama trabaja como jugador profesional de shôgi, tiene sólo 17 años y es un prodigio. Todo se vuelve un poco más oscuro cuando descubrimos que no es que le guste especialmente el shôgi, es que lo necesita para sobrevivir. Huérfano y solitario, en su manera de comportarse se pueden leer signos de depresión y síndrome post traumático. Sin embargo cuando conoce a las hermanas Akari, Hina y Momo, su vida empieza a ser un poco más feliz. A lo largo de la historia iremos descubriendo por qué se siente así Rei y por qué las tres hermanas acaban siendo tan importantes para él.
Al igual que las piezas del shôgi se comportan distinto por el lugar del tablero que ocupan (la pieza promocionada tiene más movimientos), Rei cambia totalmente de actitud según la compañía en la que se encuentre. Aunque esto sea algo que suceda en toda obra de ficción en general, en el caso de El león de marzo es muy curioso porque el propio manga cambia de género. De este modo, cuando el protagonista está con las hermanas todo se vuelve una especie de slice of life tontorrón y dulce; cuando está compitiendo se incluyen elementos del shonen clásico y el spokon y cuando Kiriyama está solo, el manga adopta un tono más grave y amargo, cercano al seinen. Y Chica Umino (Tokio, 1980) consigue perfectamente pasar por todo eso sin que quede como una amalgama de temas y en su lugar tengamos una obra compleja y coherente.

Aunque su dibujo amable y delicado pueda hacer pensar otra cosa, El león de marzo es un manga denso y lleno de información. Por un lado tenemos todo el vocabulario específico del shôgi que se nos va explicando en anotaciones y pequeños interludios entre capítulos y por otro tenemos a Rei como un narrador en el que no podemos confiar del todo. Estará en nuestra mano ir deshilando la trama poco a poco ya que muchas veces la narración depende de flashbacks poco concretos.
El león de marzo oscila constantemente entre la calidez y el drama sin resentirse ni un poco, creando un mundo inmersivo y equilibrado. Un manga que te arranca el corazón, pero lo hace tan bonito que hasta le das las gracias.