Grégory Mardon es uno de los autores más versátiles que conozco dentro del universo de la BD francesa. Tan pronto se atreve con una enternecedora historia de marineros (‘Olas en el Alma’, La Cúpula) como se lanza a narrar una tortuosa y obscura relación amorosa (‘Incógnito’-tomo1, La Cúpula) en la línea del Roland Topor del ‘Quimérico Inquilino’.
Aunque esa cualidad camaleónica de la que hace gala ya no es motivo de admiración proviniendo del universo al que pertenece -esto es la galaxia de autores galos- en la que habitan monstruos del tallaje de Christophe Blain, Sfar o Trondheim. Capaces de tocar palos tan variopintos como el western, la epopeya o el género de aventuras con una facilidad pasmosa y casi insultante si se entra en el mal negocio de la comparación con la producción comiquera de otras latitudes.
hijoogro_paginaEstá claro que Mardon se adscribe sin problemas a esta suerte de ‘nouvelle vague’ del cómic francés, aunque su nombre no resuene como el de los anteriormente citados, por algún motivo que desconozco.
El ‘Hijo del Ogro’ no deja de ser otra prueba más de su capacidad saltarina y de su valía a la hora de eludir el encorsetamiento y la adscripción a un solo género.

Esta vez Mardon se atreve con una historia enmarcada en la Edad Media, mediante un dibujo a medio camino entre el cine expresionista alemán y los pintores del barroco (por el el histrionismo de sus personajes y por la potencia visual de sus viñetas en un blanco y negro tenebroso).
El ‘Hijo del Ogro’ es una suerte de fábula en la que predomina el malditismo y el pesimismo.
El personaje principal es un joven atraído por el mal, la violencia y obsesionado por la figura que más y mejor personifica sus macabros instintos: el verdugo del reino.
Su curiosidad (enfermiza) hacia el verdugo truncará su destino de un modo radical hasta el punto de convertirlo en un ser abocado a vivir en la más absoluta infelicidad incluso cuando a priori su vida se llene de logros.

En apenas 70 páginas de una sobriedad malrollera encomiable Mardon vuelve a demostrar con creces que es uno de los mejores autores franceses del momento relegado injustamente a una suerte de segunda línea de popularidad aunque, no se engañen, esto es así porque, como decíamos al principio, el nivel es extremadamente alto en aquellos lares y le ha tocado coincidir en el espacio tiempo con una de las mejores hornadas de talentosos creadores. Y si no al tiempo.