Generalizando muy mucho y entrando en el pantanoso territorio de las tipificaciones me atrevería a decir que el magma de los peatones podría dividirse en dos categorías. El peatón anodino que patea la ciudad sin más, al ritmo del que va a lo que va; y el peatón escrutador que entiende cada paseo como una excitante experiencia audiovisual.

Juan Berrio es, tal y como acredita este tebeo, un peatón escrutador que además posee el -siempre muy envidiado- talento de saber plasmar con pasmosa facilidad las anécdotas que ocurren a pie de calle.
Las historias que conforman este pequeño tratado de cotidianidad callejera que es “Calles Contadas” están plagadas de genialidades. Tanto en la forma con en el fondo.
La ilustración a dos tintas funciona perfectamente y el dibujo lleva el inconfundible sello de trazo elegante al que nos tiene acostumbrados su autor, que en este caso recuerda en cierto modo a los geniales libros sobre ciudades de Miroslav Sasek.

En el aspecto narrativo Berrio le saca todo el jugo a la suculenta materia prima que es la calle y despliega una singular batería de recursos descriptivos. Es capaz de contarnos una historia de amor utilizando de los rótulos de las tiendas de una avenida, o de esbozar un pequeño tratado sobre las afinidades entre los dueños de las peluquerías y las floristerías.
“Calles Contadas” es un pequeño homenaje para todos los que entienden que la calle ofrece un sinfín de historias cruzadas y para quienes son capaces de sorprenderse todavía con la cantidad de detalles que encierra la aparente actividad rutinaria del barrio. Una oda al peatón voyeur y escrutador.

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